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Descripción

Cuando uno comienza a leer ¿Por qué hacen tanto ruido?, (Lima, Flora Tristán 1992; Editorial San Marcos 1997; Intermezzo Tropical 2015) de Carmen Ollé (Lima, 1947), se encuentra con un texto, estructuralmente hablando, desgajado, desarticulado, en relación a la novela tradicional moderna que presenta una narración orgánica. ¿Casualidad? Creemos que no. En primera instancia, la novela se compone de secuencias, retazos de vida que se van uniendo a lo largo de la trama como postales de una vida normal en crisis. Sin embargo, la protagonista no escucha, se ciega ante lo que parece imposible de negar: la extinción de una vida matrimonial. La voz narradora prefiere no escuchar a su familia y a sus amigos que le prodigan una serie de consejos sobre su relación. Sin embargo, las voces que omite se reflejan en las calles, en el ruido de los atentados, la bulla de los asaltos, las bombas que explotan en la ciudad. Ella hace oído sordo ante quienes la rodean, pero no puede evitar no escuchar-sentir lo que sucede en las calles, donde ella habita y se hizo mujer, sujeto desubjetivado, castrada.

Pero ella no quiere ver esa realidad, pues repele el mundanal ruido. Ella quiere volver ser partícipe del circuito del mundo Imaginario, lugar en el que se encuentra su esposo, pues aún no está castrado. Él vive en el mundo de todo lo posible, en el que no se envejece, donde no existen reglas ni responsabilidades, pues no ha sufrido el látigo del falo, la Ley, que lo saque de ese circuito vicioso que es el Imaginario. Efectivamente, en la novela el esposo es un ser extraño y extrañado por los demás; ni las visitas al psiquiatra-falo lo llevan a convertirse en Sujeto. Pero, ¿cuál es la imposibilidad de que el esposo siga en ese círculo vicioso de pulsión irracional? La respuesta es simple: sigue en el Útero, la casa de la esposa donde el lenguaje, la palabra, lo que impone la Ley, no existe.

Recordemos que la casa, según Zizek y Bachelard, es la representación del vientre materno del cual se ha salido, y al cual se intenta llegar. Este espacio de tejidos nos trae confort, nostalgia, calor, y un silencio absoluto, en el que priman los gestos, los movimientos, y no el lenguaje, el Padre castrador. Por ello, según Zizek, el grito es vida, mientras que el silencio es muerte. Cuando nacemos se busca que gritemos, pues es una señal de que estamos vivos. Entonces, en la novela el ruido externo es el síntoma de vida, lo que el mundo le dice a la protagonista: deja vivir.

El esposo recibe dosis de vida cuando viene del psiquiatra que lo ayuda a salir, aparentemente, del mundo Imaginario; sin embargo, cuando vuelve a casa entra nuevamente a la irracionalidad, pues regresa el Útero de la esposa. Esta mujer ya no es una pareja sino una (M)Amá que lo regresa el circuito de lo pulsional, donde solo existe una creación del espectro de nuestro mismo Yo: i(a). La esposa-Mamá lo acoge y lo engríe y lo protege como un niño. La Ama-mujer lo domina como un niño. Y como todo niño, obedece y se rebela a la sociedad a la vez, así como se muestra en la conducta del esposo.

Si estamos en el vientre de la (M)Amá ausente de voces; entonces ¿quién hace tanto ruido? ¿La realidad? ¿El falo castrador? Pues, no. Es el acontecimiento-verdad que ha desestructurado el devenir del personaje central. El paso del acontecimiento ha corrugado el lenguaje, la misma forma de novelar. Y, ¿tiene alguna raíz este acontecimiento? Por supuesto, el conflicto armado-interno, la guerra interna.

Dicho acontecimiento, la Guerra Popular de Sendero Luminoso contra el Estado peruano, ha desarticulado la lógica de la vida. La protagonista, una catedrática universitaria, y esposa y madre, se siente afectada, sin fuerza, sin creencia, sin destino alguno, en su devenir existencial. No tiene las armas ni para escribir, pues la incertidumbre de vivir es algo que le atormenta la pluma, la manera de pensar-lenguaje. El ruido de las bombas en las calles ha alterado sus tímpanos, su sensibilidad, su forma de

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